
La Tina del Diablo tiene un protagonista invisible, etéreo, y a la vez tan real y tan presente que impregna cada una de sus páginas con un almizcle reconocible, como un zorrillo agazapado en la espesura de la trama. Se trata de La Hermandad de los Preclaros, una organización que circula a hurtadillas por los renglones de la obra haciendo de las suyas, apropiándose de todo y de todos, imponiendo su ley.
La novela está enclavada en la segunda mitad del siglo pasado. Los años que transformaron al país y lo lanzaron a una nueva realidad, con todo lo bueno y lo malo que eso significa. En cosa de unas pocas décadas la sociedad se sacudió el polvillo bucólico que cubría su historia y salió a buscar nuevos mundos, otras experiencias, novedosas maneras de ser y de pensar. Incluso, los hermanos preclaros debieron cambiar para acomodarse a las nuevas circunstancias.
Fue el inicio de una metamorfosis acelerada y traumática. También única: mientras que otros países ajustaron el rumbo por las buenas, Colombia lo hizo a las malas, con violencia, múltiples fuerzas encontradas disputándose el poder. Esto, como era de esperar, causó dolor, angustia y desesperanza en la población, que de repente se encontró inmersa en una encrucijada, en un laberinto siniestro sin una salida diferente a la ofrecida por la Tina del Diablo.
En la novela Francisco Urbino encarna la tragedia de la época. Una vida llena de esperanzas, de sueños que comienzan a materializarse poco a poco y que prometen un desenlace feliz. Pero cae en la espiral absurda de esa violencia que no cede un ápice y que lo aplasta sin remedio. Lo engulle la guerra sucia propiciada en buena medida por la Hermandad de los Preclaros y atizada por nuevos actores como la guerrilla y el narcotráfico. Y, entonces, sucede la toma del Palacio de Justicia, un evento en el que confluyen los múltiples males que horrorizan a Colombia, la sumatoria de sus desgracias, la apoteosis del mal. Allí sucumbe Angelita, el futuro, la única promesa que le quedaba a Urbino, su ilusión. Ante esto no tiene más remedio que recurrir a los servicios de su amigo, el doctor Rodríguez, para paliar el sufrimiento y escapar de esa realidad inmisericorde de manera definitiva.
¿Será que el país dejó atrás la época trágica que vivió Francisco Urbino? ¿Ya superamos la horrible noche y estamos contemplando el amanecer de un nuevo día? Les invito a leer La Tina del Diablo para encontrar la respuesta.