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De los sucesos trágicos aléjanos Señor



 

¿Qué horas son? Las once y media, pronto iremos a almorzar.

Pero muchos colombianos aquel día pasaron de largo, sin almuerzo, y seguramente sin cenar.


Era el 6 de noviembre de 1985. Una fecha incrustada en los recuerdos de quienes teníamos un poco más de años que el consabido uso de razón de los abuelos. ¿Dónde estaba usted aquel día?, le podemos preguntar a cualquiera que vivió de cerca este hecho absurdo, y siempre recibiremos una respuesta precisa, con pelos y señales, como si el tiempo hiciera un bucle y se atascara en el pasado. Y no es para menos, la toma del Palacio de Justicia nos marcó con saña de ganadero y desde entonces llevamos la marca imborrable de aquel suceso en un lugar visible de la memoria.

La toma del palacio, u Operación Antonio Nariño Por los Derechos del Hombre, es una de las grandes tragedias de Colombia. Un hito doloroso para un país acostumbrado a medir el tiempo en desgracias y contar la historia no en años sino por acontecimientos desafortunados.


La toma del Palacio de Justicia fue una sumatoria de malas decisiones, aspavientos arrogantes, improvisación, falta de liderazgo de algunos y exceso de protagonismo de otros, delirios de grandeza y muestras de debilidad. Pero lo que nunca tuvieron en cuenta los protagonistas de aquella sinrazón a la hora de actuar (o no actuar) fueron las repercusiones de sus atrevimientos y sus ausencias. No contemplaron el daño que le iban a ocasionar al devenir de Colombia. Desconocieron que la historia se hacía de circunstancias que zarandeaban el tiempo y que se propagaban como ondas a lo largo de los siglos.


Cuando tantos despropósitos caen como aguacero torrencial en una sociedad enferma de tristeza y frustración todos sufren, pero más que nadie los desvalidos, los desafortunados que se encuentran en el lugar equivocado y a la hora infausta. De ahí que hoy seguimos pagando las consecuencias de un hecho que no debió existir. De ahí que 36 años después de la toma aún seguimos revolcando la memoria histórica de la nación en busca de respuestas, de explicaciones que nos ayuden a paliar las heridas que nos dejó ese descalabro.


No se trata de olvidar sino de recordar con dignidad. Para algo tiene que servir la historia o la literatura de ficción realista. La Tina del Diablo es una novela que gira alrededor de temas tan duros como la Toma del palacio de Justicia, y devela el dolor de la tragedia, un dolor que muchas veces solo se subsana dando el paso decisivo para dejarse envolver en las aguas medicadas de la Tina del Diablo. Y, si es posible, para que logremos ver nuestra cronología con otros ojos, enfocándonos en hitos almos y no en las tragedias a las que nos hemos acostumbrado.

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